¨La Selva¨

 Cultura viva


¨La Selva¨

Por Lincoln López


Cuando recibo día a día el tropel de acciones retorcidas desde los

diversos ángulos posibles: académicos y vulgares, en avenidas y

carreteras, políticos y privados, medios de comunicación, opulentos y

pobres, en la desnudez y en la aridez cultural…, constato el nivel de

resquebrajamiento de los valores propios de una sociedad decadente, y

desde la perspectiva literaria, recuerdo un maravilloso cuento muy breve,

titulado “La Selva”.

Fue escrito hace algunos años por Pedro Peix (1952-2015),

considerado uno de los más trascendentales cultores del género del

cuento en nuestro país, y, el más laureado, por haber obtenido en dos

ocasiones el Premio Nacional de Cuentos: 1977 y 1987, y en cuatro

ocasiones, el Primer Premio en Casa de Teatro: 1984, 1988, 1992 y 1994.

Además es poeta y novelista.

De trascendente y rebelde es calificado Pedro Peix. Un rebelde como

lo describe Albert Camus en su obra “El hombre rebelde”: “El rebelde es

más libre que un revolucionario, nada lo ata y nada lo defrauda, porque

cimenta su ideal en una búsqueda infinita, en un desgarramiento

existencial que lo redime y lo libera de las miserias espirituales del pasado,

del presente y del porvenir”. (AREITO. HOY. 2016)


“La Selva” es un cuento muy breve, magistralmente estructurado en

un párrafo, conteniendo solo 152 palabras. En ellas encontramos los

elementos imprescindibles de todo cuento: el tema o idea principal, su

ambientación o escenario, los personajes imaginarios y un final

impactante. “Personajes”: la naturaleza representada por la selva y el ser

humano simbolizado por su obra cultural directa: la gran urbe,

¨devorándose¨ a sí mismo.

Reciban este “botón” como una muestra de la obra de este gran

escritor dominicano Pedro Peix, y antes que su valioso legado sea letra

muerta junto a muchos otros talentosos literatos del patrimonio cultural

dominicano. Dice:

“La selva avanzó hacia la ciudad. Tanto la habían arrinconado,

que tardó mucho tiempo en llegar a los lindes de la urbe. Cuando al

fin la selva se aproximó, trayendo consigo las fieras y las víboras, los

grandes pantanos, la inclemencia de sus estaciones, los hondos

venenos, toda su inhóspita y agresiva espesura, se detuvo por un

momento para planificar su embestida: observó los altos edificios

iluminados, la multitud yendo y viniendo por las calles, las señales

de alarma y de peligro, los carteles de placer y de comercio, y luego

observó los cazadores uniformados de azul o de verde, de negro o de

gris, siempre con armas cortas o largas, y más tarde, ya casi

amaneciendo, vio algunos cadáveres tendidos en los callejones, y

otros que empezaban a despertarse, a bajar las escaleras

atropelladamente, a devorarse entre ellos mismos. Antes del

mediodía, la selva decidió volver a sus raíces, completamente

aterrorizada”.

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